Miguel Pita: “A medida que la ciencia se complica, el investigador se distancia de la sociedad”

Miguel Pita en el campus de la Universidad Autónoma de Madrid / Carlos Givaja

Miguel Pita Domínguez (Madrid, 1976) es biólogo y doctor en Genética en el Departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid. Polifacético y entregado a su profesión, Pita compagina su actividad docente con la investigación y la divulgación científica. Es autor de numerosas publicaciones en revistas internacionales en el campo de la  citogenética molecular aplicada a la comparación de genoma, así como en estudios etológicos (comportamiento) con seres humanos y animales. Ha realizado estancias de investigación en centros de Chile, Australia y Estados Unidos e imparte de manera regular cursos y ponencias en el extranjero (Argentina, Nicaragua, Chile, México, Italia y Reino Unido). En su faceta divulgadora, destaca su libro  “El ADN Dictador” (Ariel, 2017) y su colaboración cada domingo en el programa radiofónico “Tiempo de juego” (cadena COPE) con la sección “La noticia científica de la semana”.

Pregunta: En su libro “El ADN dictador” explica cómo el fin de los seres vivos es, más allá de su propia supervivencia, conseguir la supervivencia de su especie procurando que su ADN perdure a lo largo de las generaciones a través de su descendencia.

Respuesta: Así es, hay un trasfondo de supervivencia como herramienta para la reproducción. Sin embargo, es necesario matizar que en realidad no es una finalidad sino la consecuencia de la naturaleza química del ADN. No hay una finalidad en el sentido de que no hay un objetivo. Lo que ocurre, por las características del material genético, es que vamos dejando copias del mismo a lo largo de las generaciones, ni siquiera por el beneficio de la especie, sino porque en esta extraña carrera sin objetivo el gran beneficiado es el material genético, más que la especie y más que el individuo.

P: En un ambiente determinado, algunos individuos poseen rasgos que les benefician en la reproducción. ¿Es éste el filtro que conlleva la selección natural (SN) sobre el que habla en su libro?

R: Sí, es correcto. La SN resulta ser un filtro. Supongamos una situación en la que unos individuos sí dejan copia de su material genético y otros no: diremos que los individuos que se han reproducido se han visto seleccionados a favor, y lo llamamos SN si es por una característica de ese material genético y de ese individuo. Explicado de otro modo, afirmaremos que ha habido un proceso de SN cuando el individuo que se reproduce lo consigue porque posee un material genético que le confiere ciertos rasgos que le benefician para reproducirse. Efectivamente, la SN es ese filtro de la evolución, y  necesitamos llamarlo como tal para comprenderlo.

P:  ¿Qué implicaciones tendría en este proceso natural, en esta carrera sin objetivo, el hecho de que el ser humano sea capaz de crear bebés “a la carta” a través de la técnica de edición genética CRISPR/Cas?; ¿cree que se pueden imponer limitaciones a tales prácticas o se trata de algo imparable?

R: El ser humano lleva mucho tiempo jugando a manipular la evolución de numerosas maneras que hoy nos resultan totalmente naturales: hemos manipulado los animales para que sean más nutritivos y las plantas para que crezcan mejor, sean más resistentes y más suculentas. Además, ponemos barreras a los efectos de la SN de muchas maneras, por ejemplo, curándonos de enfermedades que seleccionarían en contra de determinados individuos o simplemente llevando unas gafas. En un ambiente en el que tuviésemos que competir cazando para sobrevivir, los que necesitamos gafas y no las llevásemos habríamos sido peores reproductores. Es decir, intervenimos constantemente en la evolución porque tenemos un cerebro muy desarrollado que nos permite comprender las consecuencias de nuestras acciones. Un paso más allá, desde luego, es seleccionar cómo van a ser los individuos que van a nacer. Yo hago aquí una distinción entre tomar medidas para que los individuos que existen vivan mejor evitando el sufrimiento, y otra cosa diferente es utilizar herramientas para generar individuos a la carta con determinadas características.

P: ¿Hay más contras que pros?

R: Es verdad que esas herramientas, cuya aplicación no es legal hoy en día,  podrían conseguir que nuestra especie evitase nacer con determinadas enfermedades, lo cual es muy bonito, es muy práctico y puede ser hasta una buena idea. La cuestión es que si esas herramientas las utilizamos para seleccionar cuáles van a ser los rasgos de la apariencia física de las futuras generaciones, cuando menos se abre un debate moral que hay que resolver. Personalmente, no me parece muy atractivo que seleccionemos cuál va a ser la apariencia física de las futuras generaciones, no me interesa. Lo que debemos hacer es sentarnos y hablar sobre ello, no solamente los científicos, sino todos, ya que son decisiones de la sociedad al completo.

P: A lo largo de la historia de la ciencia vemos cómo la técnica ha ido en numerosas ocasiones por delante la regulación; ¿es la edición genética un caso más en este aspecto?

R: Sí, sin duda. Aquí la técnica va más rápido que la opinión pública y que la legislación. Todos hemos oído hablar el año pasado de la polémica utilización de CRISPR en China y del gran revuelo que levantó. Hay un debate pendiente que se está produciendo demasiado despacio. Se debe puntualizar que esta técnica, aunque ya está funcionando, todavía no se controla tanto como algunos científicos que la aplican creen, ni mucho menos como para hacer extensiva su utilización. No tiene la efectividad de la que se presume.

P: ¿Hasta qué punto condiciona nuestro ADN nuestras vidas?

R: Depende en qué rasgo. El ADN para muy pocos rasgos determina lo que va a ocurrir en nuestras vidas y para casi todos predispone en mayor o menor medida. Nacer con una variante genética que determine la aparición de una enfermedad condicionará nuestras vidas. También podemos nacer con predisposición a ciertos tipos de cáncer, a ser más alto o más bajo, pero luego entrarán en juego nuestra dieta y nuestro estilo de vida. Además, encontramos ciertos rasgos que no tienen nada que ver con nuestra apariencia física, como puede ser tener un determinado talento para la música o para el deporte. Lamentablemente, nacer con esa predisposición genética no implica necesariamente que vayas a ser un gran músico ni a conseguir una medalla en las olimpiadas.

P: Desde el comienzo del libro llama la atención la ambigüedad respecto al género de Ale, el personaje protagonista. ¿Qué opinión tiene sobre la naturalización de las diferencias genéticas o fisiológicas entre hombres y mujeres para justificar inferiores capacidades de las mujeres en ciencia?

R: Debemos tener muy claras dos cosas: una es que los hombres y las mujeres somos distintos por naturaleza y la otra es que ninguno es superior al otro. Los científicos tenemos esto totalmente claro. A lo largo de la historia se han tomado muchas decisiones aberrantes en nombre de la ciencia para justificar la desigualdad, el racismo y muchas otras formas de segregación. Sin embargo, no hay ninguna justificación genética que haga más válido para la ciencia a un hombre que a una mujer, ni ninguna molécula en el cuerpo que nos haga mejores o peores científicos. Hombres y mujeres somos diferentes en algunos aspectos anatómicos, pero ambos tenemos que ser iguales en los derechos, en los deberes y en las oportunidades, y esto implica todos los aspectos de la sociedad.

P: ¿Está la genética cerca de conseguir la inmortalidad humana, de evitar las enfermedades y detener el envejecimiento celular?

R: Los resultados científicos apuntan a que sí, a que nos estamos acercando a la “amortalidad”. Aquí se suele distinguir la “amortalidad” de la inmortalidad porque la muerte por causas accidentales siempre estará presente, pero es verdad que hay muchísimo esfuerzo puesto en evitar el envejecimiento y en combatir enfermedades: la esperanza de vida en España supera los 83 años. Sin embargo, yo no estoy plenamente convencido de que vayamos a alcanzar esta “amortalidad”, ni mucho menos con la calidad de vida que anhelamos. Nuestro organismo requiere una coordinación extremadamente compleja, con 30 billones de células trabajando perfectamente orquestadas. Hemos conseguido mantener este sistema 60 ó 70 años sin descontrolarse, lo que ya me parece fascinante. Mantenerlo estable y ordenado 300 ó 400 años a mí me parece inverosímil.

P: ¿Cuál es el mayor reto al que se enfrenta la genética hoy en día?

R: Seguramente la edición genética. Es importante manejar a la perfección esta herramienta porque se está utilizando con unos fines científicos muy interesantes, pero el mayor reto está en conseguir que la sociedad comprenda en qué consiste y que se legisle correctamente. Tenemos que decidir si se aplica en todos los países o en ninguno. No vale con que la prohibamos en Europa y se aplique en China o América, porque entonces la gente con posibilidades se desplazará allí donde esté permitida. Estamos creando una de las herramientas más poderosas de la historia y, si se usa mal, seremos nosotros quienes carguemos con esa losa. No olvidemos lo que ocurrió con el uso de la energía nuclear. No me gustaría que los genetistas tuviésemos que vivir el resto de nuestros años con la cabeza agachada como los físicos nucleares tras Hiroshima y Nagasaki.

P: ¿Acaso siguen hoy en día la ciencia y los científicos pecando de positivismo?

R: Sí, la inmensa mayoría de los científicos son personas bien intencionadas y en el peor de los casos pecamos un poco de inocencia. Son muy escasos los científicos maquiavélicos o malintencionados. La mayoría de los científicos lo que quieren es descubrir, conocer, transmitir la verdad y, si piensan en la sociedad, es para mejorarla, nunca para empeorarla.

P: Y usted como investigador, ¿cuál es el mayor reto al que se ha enfrentado?

R: En mi pequeño mundo los retos son menos complejos. Yo soy profesor además de investigador. Mis mayores retos como investigador son, por un lado, conseguir financiación en una sociedad en la que la ciencia no es prioritaria como ocurre en la española y, por otro, compatibilizar mi tiempo con el que dedico a la docencia y a la gestión universitaria. Así que son retos personales y mundanos, pero afortunadamente esos son mis problemas cotidianos, que son en el fondo problemas de privilegiado.

P: En su reciente estudio de 2019 con adolescentes tardíos se relaciona la agresividad física con una disminución del rendimiento académico pero con una sociabilidad positiva. ¿Están estas conductas condicionadas por el ADN o por factores sociales?

R: La agresividad ha estado presente a lo largo de toda la historia evolutiva de nuestra especie. El más agresivo normalmente ha tenido un mayor éxito superviviente y reproductivo. Quizás por eso la agresividad esté tan enraizada en nosotros. Los resultados revelan que la capacidad de modular la agresividad es menor en los adolescentes, que muestran conductas repetitivas en todas las sociedades. En esta época del desarrollo, el animal que llevamos dentro es muy visible. Resulta  particularmente interesante estudiar la base biológica del comportamiento agresivo en la adolescencia para comprender que no  tiene que ver exclusivamente con la educación, sino que existe también un componente biológico que lo determina. Se hace necesario tenerlo en cuenta aunque sea solamente para tomar las medidas legislativas adecuadas.

P: ¿Sobre qué está usted investigando actualmente?

R: Estamos estudiando la implicación de algunas variantes genéticas en los perfiles de la triada oscura de la personalidad. Analizamos cómo los individuos que son maquiavélicos, psicópatas y narcisistas al mismo tiempo, a un nivel subclínico, no patológico, pueden mostrar perfiles genéticos distintos de la población control. Pretendemos encontrar el origen de ese tipo de comportamiento, teniendo en cuenta la modulación social del mismo. Para ello, en colaboración con la facultad de psicología de la UAM, utilizamos un modelo bien contrastado en personas psicopáticas, es decir, nada empáticas, que muestran un perfil genético concreto para determinados receptores de hormonas, aplicado ahora sobre la triada oscura de la personalidad.

Triada oscura de la personalidad / Wikipedia commons

P: Cada domingo podemos escucharle explicando “la noticia científica de la semana” en el programa radiofónico “Tiempo de Juego” (cadena COPE). ¿Resulta complicado encajar la ciencia en un contexto aparentemente ajeno a ésta como es el futbolístico?

R: No resulta nada complicado. El equipo del programa es muy familiar y genera un ambiente muy distendido, en donde el público mayoritariamente lo que busca es entretenimiento, no necesariamente fútbol. A medida que la ciencia se complica, el investigador se distancia de la sociedad porque no es capaz de explicar de manera sencilla lo complejo. La clave para acercar la ciencia al público está en el lenguaje que se emplea y en traducir a los ciudadanos qué tiene de interesante el conocimiento científico. Para mí es una experiencia muy entretenida y una buena oportunidad de acercar la ciencia a las personas que quizás no se tropezarían con ella de otra manera y que descubren que les gusta.

P: ¿Cómo se consigue compaginar la labor divulgadora con la de investigador y profesor?

R: Sacrificando tiempo de otros ámbitos. Tengo la suerte de trabajar en la que es mi pasión y no me importa renunciar a  otras cuestiones por mi trabajo, entendiendo por mi trabajo también la divulgación, a la que nadie me obliga pero que yo hago con todo el gusto del mundo.

“La divulgación también debería ser un deber de los científicos”

El día a día de la universidad no deja mucho tiempo para dedicar a la comunicación científica. En ese sentido, las estancias en el extranjero son épocas muy productivas para mí porque no tengo que solucionar los problemas cotidianos, no tengo tantos requerimientos profesionales ni personales y de ahí saco mucho tiempo y hago grandes inversiones en libros y en divulgación. Así escribí “El ADN dictador”, entre fines de semana y viajes.

P: En esta agenda tan apretada, ¿para cuándo el próximo libro?

R: Tengo un manuscrito a medias. Durante un tiempo pensé que lo iba a publicar este verano, pero a causa de mi forma de escribir, tan caótica y dependiente de mi escaso tiempo libre, no sé si voy a poder seguir escribiendo al mismo ritmo en los próximos meses. Por este motivo, he decidido posponerlo un poco. En el fondo me gusta que escribir no sea un deber para mí, sino un placer, con lo cual si tardo siete años en escribirlo no me va a importar lo más mínimo. Por suerte no tengo ninguna presión para terminarlo. Creo que es algo muy positivo para mí y probablemente también para el resultado del libro, porque hasta que no esté convencido de que está plasmado todo lo que quiero contar, no lo publicaré. Pero seguro que habrá próximo libro.

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