Proteger las plantas, proteger la vida

A finales de 2018, la Asamblea General de las Naciones Unidas declaró que 2020 sería el Año Internacional de la Sanidad Vegetal en un esfuerzo por poner en valor una disciplina que se encarga de cuidar aquello que posibilita nuestra propia existencia, motivo por el que celebramos el nombramiento bajo el lema ‘Proteger las plantas, proteger la vida’.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), las plantas producen el 98% del oxígeno que respiramos y constituyen el 80% de los alimentos que comemos, además debemos tener en cuenta que los animales que consumimos son herbívoros y por lo tanto las plantas también son la base de su dieta. Por ello Ana María Ortega Gea, profesora del Área de Producción Vegetal de la Escuela Politécnica Superior de Orihuela (EPSO) de la Universidad Miguel Hernández (UMH), tiene claro que el ser humano puede vivir porque hay plantas: “Si desaparecieran las plantas, desapareceríamos nosotros también”. 

En esta línea, Pedro Luis Guirao Moya, profesor del mismo Área, subraya: “Las plantas son el productor primario más importante en tierra firme, tienen la capacidad de transformar la luz del sol, las sales del suelo y el CO2 del aire en materia orgánica”. Ambos expertos coinciden en que la vida vegetal juega un papel fundamental no solo en la producción de oxígeno, sino también en la formación y conservación de los suelos, que evolucionan gracias a la actividad biológica, y del resto de la vida. 

Los profesores Ana María Ortega y Pedro Guirao en los jardines de la EPSO.
Ana María Ortega Gea y Pedro Luis Guirao Moya, profesores del Área de Producción Vegetal de la Escuela Politécnica Superior de Orihuela (EPSO)

La sanidad vegetal vela por la salud de cultivos, plantas ornamentales y especies forestales. Para ello se centra en combatir plagas, enfermedades y malas hierbas. Las plagas son amenazas externas causadas generalmente por insectos, ácaros y otros artrópodos, pájaros, conejos, roedores, etc. Atacan comiendo los vegetales, poniendo huevos y manchando tanto las cosechas como las plantas ornamentales. Por el contrario, las enfermedades afectan a la vida vegetal de forma interna y, al igual que ocurre con los humanos, están causadas por virus, bacterias, hongos y otros microorganismos. A veces, ambas están íntimamente ligadas ya que existen enfermedades que son inoculadas por plagas, como es el caso de la Xylella fastidiosa, una enfermedad detectada recientemente en España que se transmite por algunas especies de insectos voladores y que supone una grave amenaza para el entorno mediterráneo. Por otro lado, las malas hierbas suponen un peligro para las plantas cultivadas porque compiten con ellas por recursos como la luz del sol, los nutrientes del suelo o el propio espacio.

Ortega pone el punto de mira en la necesidad de concienciación y señala que cuando enferman las plantas se produce un impacto en el medio ambiente y en el desarrollo económico y destaca que los ciudadanos no siempre son conscientes de ello. En este sentido, Guirao considera que, en parte, se debe a que las plantas se van degradando de forma silenciosa: “Cuando se quema un bosque se ve, pero cuando el bosque va poco a poco enfermando muchas veces es un proceso más lento, menos perceptible”. 

El frenético ritmo de vida que caracteriza a la sociedad actual también afecta a la salud de las plantas. El aumento del turismo y el comercio internacional tienen un fuerte impacto en la vegetación autóctona porque facilitan que las plagas y las enfermedades se propaguen a gran velocidad. Por ese motivo existen normativas internacionales que prohíben introducir plantas de forma particular en las fronteras y aduanas, que exigen que las empresas envíen sus materiales vegetales acompañados de un pasaporte fitosanitario, y que establecen periodos de cuarentena, pero ambos investigadores consideran que la inspección fitosanitaria en las fronteras “tiene que ser más intensa, más exigente”. 

Por ello los expertos llaman a la colaboración ciudadana y advierten de lo peligroso que puede ser para la vegetación local que se traigan plantas o semillas de los viajes al extranjero. El profesor de la UMH señala que esa colaboración también implica ser consumidores más conscientes: “Tenemos que cambiar de hábitos, consumir frutas y verduras de temporada y a ser posible de mercados locales, además de por supuesto comprar y consumir lo necesario, porque se está desperdiciando mucha comida”. 

Es difícil predecir cómo afectará el cambio climático a la salud vegetal, pero los expertos aseguran que se producirán cambios porque el incremento de las temperaturas podría favorecer la introducción y expansión de plagas que hasta el momento solo se encuentran en áreas tropicales o subtropicales; pero también señalan que podría darse la situación contraria y que los veranos más calurosos no favorezcan a aquellas plagas que necesitan temperaturas más suaves para vivir.

Inspección, legislación, sanción, educación y formación

Uno de los pilares básicos de la sanidad vegetal es la Gestión Integrada de Plagas y enfermedades, que se compone de varias acciones: seguimiento de los cultivos, inspecciones buscando plagas o enfermedades, colocación de trampas para detectar amenazas como las láminas cromáticas adhesivas que se ubican entre los cultivos, aplicación de métodos preventivos como las variedades resistentes, las feromonas o las mallas en los invernaderos. Por último, si es necesario, la aplicación de medidas curativas cuando las plagas alcanzan un umbral crítico establecido gracias a investigaciones previas.

Los sistemas de supervisión y alerta temprana pueden ser determinantes para el éxito de la gestión de las plagas y enfermedades. Las comunidades autónomas disponen de Servicios de Sanidad Vegetal que se encargan de inspeccionar los campos de cultivo, pero lo cierto es que se lleva a cabo mediante trabajo en equipo con los agricultores, que en muchas ocasiones son los primeros que detectan la posible amenaza y dan la voz de alarma. 

Los expertos señalan que además existe un amplio abanico legislativo que marca las pautas del control integrado y del uso sostenible de los productos fitosanitarios pero coinciden en que el principal reto al que se enfrentan es que se cumplan las normativas existentes. Afirman que debería haber un mayor control para asegurar que así sea y apuestan por la inspección, legislación, sanción y, de forma paralela, educación para enseñar a la sociedad desde la infancia la importancia que tiene la sanidad vegetal, y una formación más exhaustiva y continuada para los agricultores y técnicos agrícolas. En este sentido, la profesora Ortega pone de manifiesto que la prevención no sólo es rentable sino indispensable: “A pesar de que en medicina actualmente existen algunos viricidas, en agricultura no disponemos de antibióticos para controlar las enfermedades bacterianas, ni de productos viricidas para controlar los virus. Debemos ir directamente a prevenir la transmisión porque si sufren esas enfermedades no podrán curarse”.

La prevención cobra especial importancia ante situaciones tan críticas como la que se está viviendo actualmente en el Cuerno de África, que se encuentra asolado por nubes de millones de langostas del desierto que devoran los alimentos y acaban con la vegetación. En este caso, los profesores coinciden en que el control de estas plagas se debe basar fundamentalmente en la predicción y remarcan que se ha de investigar para conocer cuáles son las condiciones ambientales que favorecen su aparición periódica y buscar, además, métodos de control preventivos que se apliquen de forma más intensa cuando se prevean esas condiciones favorables: “Todas estas respuestas, como siempre, se deben buscar investigando”.

20 plagas prioritarias para la Unión Europea

¿Métodos ecológicos para cuidar las plantas?

La FAO fomenta el uso de métodos ecológicos para luchar contra las plagas, los más frecuentes son el control biológico mediante la conservación y la introducción de fauna útil, que consiste en utilizar organismos para prevenir o reducir el ataque de las plagas para evitar daños mayores, o el uso de variedades resistentes. Pero estos investigadores del Área de Producción Vegetal subrayan que también es posible utilizar fitosanitarios en la agricultura ecológica si tienen su origen en la naturaleza, se componen de extractos de plantas o de sustancias de origen mineral, como es el caso del azufre y las sales de cobre. La profesora Ana María Ortega explica que los productos fitosanitarios también pueden tener efectos secundarios sobre la fauna útil porque estos insectos, que son beneficiosos para las plantas, desafortunadamente son similares a aquellos que causan las plagas, y se ven afectados por estos productos. Por ello cada vez se va avanzando más en el conocimiento de los fitosanitarios y el cuidado de los insectos beneficiosos ha cobrado un rol fundamental en la creación de estas herramientas.

Ambos investigadores afirman que los medios ecológicos pueden ser igual de efectivos que los medios convencionales y que los agricultores se decantan por unos u otros en función del producto que deseen obtener. Para poder vender frutas y hortalizas bajo la etiqueta ‘agricultura ecológica’ deben haberse cultivado utilizando exclusivamente métodos que responden a este sistema agrario regulado por la Unión Europea, que mantiene la diversidad y reduce los residuos. La profesora de la UMH hace hincapié en que esta decisión depende mucho de la demanda de los consumidores. 

Sin duda todas estas cuestiones estarán muy presentes en la Comisión de Medidas Fitosanitarias, prevista para realizarse del 29 de junio al 3 de julio en Roma, y en la Conferencia Internacional sobre Sanidad Vegetal que se celebrará en Helsinki del 5 al 8 de octubre. A lo largo del año tendrán lugar, además, diversas actividades en varios puntos del mundo para conmemorar el nombramiento.

La crisis del campo, un problema estructural

Protestas, tractoradas y cultivos derramados para mostrar indignación. En los últimos meses los medios de comunicación se han llenado de imágenes de agricultores tomando las calles para hacerse oír. Llegados a este punto cabe preguntarse ¿está en crisis el campo? La profesora Laura Martínez-Carrasco Martínez, directora del Grupo de Investigación Economía, Política y Desarrollo Agroambiental y del Medio Rural de la Universidad Miguel Hernández (UMH), analiza la complicada situación de los agricultores en un país en el que la producción agraria supone el 2,7% del PIB.

La agricultura es esencial para la vida, el 80% de los alimentos que se consumen a nivel mundial provienen de plantas, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Además en España tiene un gran impacto económico, pues, según datos del último censo, a lo largo de todo el territorio nacional existen 945.000 explotaciones. A pesar de que las cifras indican que se trata de una actividad rentable y que genera empleo, es muy frecuente que los agricultores denuncien su precaria situación y su necesidad de ayudas como las que provienen de la  Política Agraria Común (PAC). 

La profesora de la UMH señala que no se trata de un problema nuevo ni exclusivo de España: “Si tiramos de hemeroteca veremos que cada cierto número de años se producen estas protestas, no es algo coyuntural, es algo estructural”. Últimamente, se ha apuntado al aumento de los costes en materia de sostenibilidad o a la reciente subida del Salario Mínimo Interprofesional como posibles causantes; sin embargo la experta hace hincapié en que los detonantes pueden ser diferentes, pero estas crisis se han ido produciendo a lo largo de los años y opina que pueden seguir ocurriendo en el futuro. Ejemplo de ello es que en el año 2013 se promulgó la Ley de medidas para mejorar el funcionamiento de la cadena alimentaria, en respuesta a diversas demandas que estaban teniendo lugar en el sector.

Para comprender mejor la situación del campo español es necesario contemplar que el sector agrícola está atomizado y diseminado, es decir, existen pocas explotaciones de gran tamaño y muchas de pequeño, por lo que necesitan recurrir a las cooperativas para concentrar producciones e incrementar su poder de negociación en la cadena alimentaria. Esta situación da lugar a dos escenarios muy diferentes, especialmente en lo que a mercados exteriores se refiere. España es el cuarto país exportador de la Unión Europea y, en este sentido, Martínez-Carrasco destaca que el pasado 2018 el sector alimentario no transformado, que comercializa con la materia prima sin que esta pase por la industria, alcanzó unas exportaciones por valor de 15.300 millones de euros. Concretamente, el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación especifica que los principales cultivos que se exportan son tomates, pimientos, pepinos, cítricos, melocotones y nectarinas, además de aceite de oliva, que supone el 45% de la producción mundial. Estos datos reflejan el éxito del sector, pero la profesora Martínez-Carrasco subraya que la exportación en muchas ocasiones solo está al alcance de los grandes.

La experta pone de manifiesto que existe un problema de desvinculación de los consumidores con el medio rural: “Cuando vamos al supermercado y vemos un tomate raramente pensamos en el agricultor” y considera que la agricultura es un sector desprestigiado en España, ya que tiene que luchar con una serie de connotaciones negativas. “Quizás esta crisis que estamos viviendo ahora a causa del COVID-19 sirva para que empecemos a valorar realmente a los integrantes de la cadena alimentaria, porque detrás del personal de los supermercados y los transportistas que vemos, están los agricultores y los ganaderos y muchos otros trabajadores del sector primario”.

En esta línea, Martínez-Carrasco destaca que tanto agricultores como ganaderos cumplen una importante función que va más allá de la producción de alimentos porque son un pilar fundamental en el desarrollo rural, ya que combaten el desdoblamiento y mantienen vivas las tradiciones. La profesora destaca que las subvenciones de la PAC permiten que muchos agricultores se encarguen de zonas que desaparecerían de no ser por estas ayudas y añade que la cuestión del relevo generacional también supone un problema: “El campo está envejecido, no hay jóvenes que quieran encargarse de la agricultura y la ganadería porque es un trabajo que exige muchos sacrificios”.

¿Cómo se forman los precios de frutas y verduras? 

La formación de precios es un proceso complejo cuyo punto de partida es una interacción entre la oferta y la demanda. Los agricultores representan la oferta, y la demanda corresponde a la industria, si el objetivo del producto es transformarlo, o a los distribuidores, si su fin es la venta en fresco. La investigadora explica que generalmente las explotaciones de mayor tamaño tienen contratos directos con grandes distribuidores y en ese caso el precio en origen se fija mediante una negociación más equilibrada, mientras que los agricultores de pequeñas explotaciones tienen que acudir a las lonjas y mercas para subastar sus productos, también es frecuente que recurran a las cooperativas para conseguir una mayor capacidad de negociación.

Por otro lado, se debe tener en cuenta que las frutas y verduras que llegan a los  supermercados han pasado por una serie de procesos de manipulación que no se aprecian a simple vista, pero que también influyen en el precio de destino: el producto cosechado se transporta a través de una logística de distribución a las centrales hortofrutícolas, donde se limpia, acondiciona y en ocasiones, se le añaden tratamientos para alargar su vida útil y un envasado como una red o una cesta. También influyen en el precio los estrictos controles sanitarios que deben pasar por ley este tipo de productos para garantizar que cumplen las normas de seguridad alimentaria.

Los clientes juegan un importante papel en esta cadena de precios: “Intervenimos con nuestra demanda, la configuramos en base a unas exigencias y al precio que estamos dispuestos a pagar”, explica la profesora, y detalla que en el sector se encuentran diferentes segmentos de consumidores, por ejemplo algunos interesados en comprar el producto al menor precio y otros, en obtener el producto de mayor calidad. Por ello cada cadena de supermercados se especializa y diferencia de sus competidores en función de las demandas de su clientela.

El Grupo de Investigación Economía, Política y Desarrollo Agroambiental y del Medio Rural de la UMH considera que el comercio local y los llamados productos ‘Km0’ se presentan como una oportunidad muy interesante no solo para el medio ambiente, sino también para los pequeños agricultores que no pueden competir con los grandes. En este sentido, Martínez-Carrasco reivindica que existen herramientas por explotar para poner en valor los productos: “Agricultores y ganaderos deben competir de acuerdo a la calidad de las producciones resaltando como características diferenciadoras el origen y la calidad a través de las Denominaciones de Origen y las Indicaciones Geográficas Protegidas”.

Mariano Higes: “Venden a la opinión pública que al prohibir determinados insecticidas se soluciona el problema, pero las colmenas se siguen muriendo”

El investigador en patología apícola considera necesario atajar la desaparición de los polinizadores atendiendo a las características climáticas y agrícolas de cada región.

Mariano Higes Pascual, doctor en Veterinaria por la Universidad Complutense de Madrid (UCM), colabora con el departamento de Sanidad Animal de dicha facultad y es responsable del Área de Patología Apícola del Centro de Investigación Apícola y Agroambiental de Marchamalo (CIAPA, Guadalajara), adscrito al Instituto Regional de Investigación y Desarrollo Agroalimentario y Forestal (IRIAF) de la Consejería de Agricultura de Castilla-La Mancha. Desde este centro, al que accedió como funcionario en el año 1992, dirigió su propia tesis doctoral sobre el parásito Varroa destructor de la abeja melífera y descubrió junto a su grupo a uno de los patógenos más dañinos para estos insectos a nivel mundial, Nosema ceranae, procedente de Asia. En el CIAPA, cuyo aspecto exterior es el de unas apacibles instalaciones agrícolas o ganaderas, Higes trabaja junto a su grupo en un sofisticado laboratorio al que llegan colonias de abejas enfermas, colmenas contaminadas por múltiples pesticidas y apicultores preocupados por la salud de los polinizadores, a quienes tratan de dar soluciones y respuestas.

Mariano Higes Pascual. Imagen cedida

¿Fue su llegada al CIAPA el inicio de una nueva etapa para este centro?

Cuando llegué como funcionario en 1992 apenas había investigación ni contábamos con los laboratorios que hay ahora. El centro se creó para dar respuesta al sector apícola de la Alcarria que quería que la miel tuviera Denominación de Origen y demandaba cursos de formación y ayuda contra la Varroa, que entró en 1985 en España. Por aquel entonces se hacía poca investigación en este centro, pero yo decidí llevar a cabo aquí mi doctorado, que duró once años, y leí la tesis en 2008. Desde que mi compañera Raquel Martín entró en 1999 con una beca postdoctoral, empezamos a crear un grupo de investigación con el que logramos el descubrimiento que nos puso en el punto de mira de la investigación en patología apícola a nivel mundial: la presencia del hongo microsporidio [parásito intracelular de los animales que produce pequeñas esporas] Nosema ceranae, de origen asiático, en Apis mellifera, la abeja europea.

¿Cómo llega el Centro Apícola de Marchamalo a convertirse en uno de los referentes mundiales en el ámbito de la salud de las abejas?

Sospechábamos de N. ceranae desde 2000, en la etapa en que se empezaron a morir las colmenas masivamente. Por aquel entonces Varroa era el principal parásito de las abejas, prácticamente el único conocido hasta el momento, pero al analizar las muestras procedentes de colmenas arrasadas encontramos esporas de microsporidio en el aparato digestivo de las abejas. Entonces solo se conocía a Nosema apis, un parásito ya descrito con el que la abeja europea lleva conviviendo mucho tiempo, y los biólogos nos dijeron que tenía que ser esa especie, quizá con algún tipo de mutación. Pero los síntomas clínicos eran otros, así como su fenología. El problema es que solo existía una publicación de China describiendo a N. ceranae en su abeja autóctona, Apis cerana, y no había ningún método de detección a nuestro alcance.

¿Qué hicieron entonces para comprobar sus sospechas?

Logramos dar con una solución cuando el laboratorio adquirió la primera máquina de PCR [por las siglas en inglés de Reacción en Cadena de la Polimerasa, también llamada termociclador] en 2003. Todavía no era común emplear la secuenciación masiva de ADN para detectar la presencia de patógenos concretos en una muestra, por eso tuvimos que diseñar nuestros propios primers [pequeñas secuencias de ADN que inician la reacción de secuenciación y que son específicas de cada especie]de N. ceranae. En cuanto los tuvimos, empezamos a poner las muestras en el termociclador y en las primeras reacciones dieron positivo: N. ceranae estaba parasitando a la abeja melífera europea. En 2005, comunicamos la presencia de este parásito asiático en nuestras abejas y en ese momento saltamos al foco internacional.

«Cuando se nos ocurrió sugerir que el causante de esta mortalidad podía ser Nosema ceranae, tuvimos a todo el sector en contra»

¿Cómo respondió la comunidad científica ante este descubrimiento?

La respuestas de los grupos de investigación que trabajan en nuestro ámbito fue en parte sorprendente, pero también esperable. A finales de los años noventa se empezó a detectar en Francia el fenómeno de mortalidad masiva de las abejas, el llamado “síndrome de despoblación de las colmenas”. Desde el principio, se asoció a los pesticidas neonicotinoides que se habían empezado a utilizar allí. A raíz de esto el sector apícola empezó a pedir indemnizaciones y, cuando se nos ocurrió sugerir que el causante de esta mortalidad podía ser N. ceranae, tuvimos a todo el sector en contra. Además, algunos grupos de investigación se alinearon con la postura de los neonicotinoides e iban a destajo contra quienes sostenían otras hipótesis.

¿Cómo es posible que la comunidad científica se oponga a unos resultados que han sido demostrados?

Muchos de nuestros compañeros no quisieron darle bola a N. ceranae porque cuando alguien se ha convertido en referente saben que si sale un proyecto o publican cualquier trabajo al respecto es esa persona la que va a revisarlos. Si son más competentes en otro problema, como Varroa, por ejemplo, tratan de argumentar que ese problema es el fundamental para que cuando salgan las líneas de investigación se vean favorecidos. También hay competencia por la autoría de los descubrimientos y luchas por el reconocimiento. Pero nosotros trabajamos con muchos grupos de muchas universidades de España (en la Complutense, en Murcia, en Castilla y León…) y acabamos entrando en contacto con quien trabaja con Nosema y, en conjunto, formamos una red muy grande.

«No existen registros históricos de prevalencia de las enfermedades que afectan a las abejas, por tanto, hasta hace poco no hemos tenido con qué comparar las epidemias»

Junto a N. ceranae existen otros parásitos, entre ellos diversos virus, que se hospedan en la abeja melífera europea y otros polinizadores. ¿Qué saben a día de hoy de su presencia en nuestras colmenas?

La muerte masiva de colonias que tuvo lugar a principios de los 2000, sobre todo en el sur de Europa, probablemente se debió en gran medida al ataque de N. ceranae, porque la prevalencia era muy alta entonces. Sin embargo, y aunque los datos sobre N. ceranae siguen siendo muy similares, no podemos saber si ahora se están dando las mismas circunstancias que entonces o si es otro parásito el que más está influyendo, porque no existen registros históricos de prevalencia de las enfermedades que afectaron a las abejas en el pasado y, por tanto, cuando nos hemos encontrado frente a una infección por Nosema, por Varroa o por algún virus, no hemos tenido con qué comparar la epidemia. Por esta razón hemos ido haciendo una serie de estudios para empezar a tener esos datos poblacionales de los distintos parásitos a lo largo del tiempo y empezar a comprender sus fluctuaciones.

Mariano Higes mostrando un panal. Imagen cedida

¿Y desde cuándo están llevando a cabo esos estudios?

El primer estudio a nivel nacional lo hicimos en los años 2006 y 2007 y el segundo fue en 2010 y 2011. Los datos recogidos nos permitieron ver que N. ceranae y Varroa destructor tenían un patrón poblacional ascendente, mientras que N. apis estaba estabilizado. También detectamos la presencia de diversos virus poco estudiados hasta entonces, como el de las alas deformes [DWV por sus siglas en inglés] y el de las realeras negras e, incluso, tripanosomátidos, como Lotmaria passim, sobre el que estamos trabajando ahora. El último de estos estudios lo hemos hecho con muestras de 2014 y hemos visto que N. ceranae tiene ya una prevalencia estable del 75%.

Pero las colmenas no solo sufren la invasión de todos estos patógenos, sino que además se enfrentan también a los pesticidas y probablemente otros químicos que se emplean en agricultura hoy en día. ¿Cuáles son y cómo llegan hasta las colmenas?

En el proyecto de 2014 también analizamos las colmenas mediante muestras de polen y de cera, que son bioacumuladores de sustancias químicas, y en ellas hemos encontrado acaricidas como cumafós y fluvalinato, o los insecticidas clorfenvinfos y clorpirifos, que los apicultores aplican tratando de controlar los patógenos. Además, las láminas de cera que se compran y se meten en las colmenas ya vienen llenas de contaminantes, como los pesticidas organofosforados y piretroides, que alteran el metabolismo de las abejas impidiendo su normal desarrollo. Es sorprendente, pero hasta ahora parece que nadie se ha planteado el daño que estas sustancias pueden causar o han preferido mirar para otro lado.

Cabe preguntarse ahora si han estudiado ya las posibles interacciones entre todos estos agentes, naturales y químicos, que están asolando las colmenas desde tantos frentes distintos. ¿Qué puede contar sobre ello?

Efectivamente, una vez que hemos identificado a todos los patógenos de las abejas, vamos a comenzar un proyecto que se va a centrar en los efectos de las interacciones entre los más frecuentes. Probablemente, la causa de la destrucción de las colmenas sea la suma de todo. Todas las abejas tienen ahora mismo el DWV insertado en su genoma, por ejemplo, del mismo modo que nosotros tenemos el de la varicela. Lo que sucede es que, cuando bajan sus defensas por la acción de Varroa o Nosema, el virus se replica y provoca una infección abierta. En el nuevo proyecto también queremos comprobar la toxicidad crónica de los pesticidas, las sinergias entre ellos y cómo interfieren con los patógenos, mediante infecciones controladas en laboratorio, primero, y con experimentos en condiciones controladas en el campo, después. Vamos a tratar de eliminar los plaguicidas de la cera para ver si así podemos controlar mejor a los principales patógenos. Si esto es posible, podremos sugerir la creación de una normativa que limite la aparición de residuos en la cera.

«Cuando acabé mi ponencia y pregunté por la causa de la prohibición de tres neonicotinoides únicamente, el comisario europeo solo me dijo que se trataba de una decisión política»

De entre todos los pesticidas parece que los neonicotinoides se han ganado la aversión de gran parte del sector apícola y de los ecologistas y el público general también, pero usted aún no los ha mencionado ¿Qué opina de su prohibición?

Lo que ha sucedido con los neonicotinoides es realmente curioso. Cuando se puso el foco en estos pesticidas en Francia, a finales de los noventa, el Ministerio de Agricultura francés decidió prohibirlos antes de que se tuvieran evidencias científicas, que llegaron en 2001. Probablemente querían vengarse de Bayer, una de las empresas fabricantes de esos pesticidas, que acababa de absorber a su rival francesa, Rhône-Poulenc. Pero realmente no sé qué habrá detrás de esas decisiones y me preocupa. De hecho, el año pasado tuve la oportunidad de preguntarlo en la Comisión Europea, cuando nos llamaron a varios científicos el día anterior a la votación de todos los países contra los neonicotinoides. En mi presentación mostré al comisario que en la literatura científica había la misma cantidad de información sobre los neonicotinoides que sobre Nosema, Varroa u otras posibles causas del síndrome de despoblamiento de las colmenas. Mostré mi sorpresa por que se pusiera el foco solo en tres de los muchos plaguicidas existentes. Cuando al acabar pregunté por la causa de esta prohibición, el comisario solo me dijo que era una decisión política. Están vendiendo a la opinión pública que al prohibir los neonicotinoides se soluciona el problema y eso es falso porque las colmenas se siguen muriendo.

Entonces, ¿los neonicotinoides no deberían preocuparnos aquí pese a la alarma lanzada desde la Comisión Europea en 2018?

En nuestras colmenas los neonicotinoides no tienen un peso decisivo, lo cual es esperable por la estructura agraria que tenemos en España, en la que predominan el olivo, la vid y el cereal, que no se tratan con neonicotinoides Es más, ninguna de las revisiones bibliográficas sobre la presencia de residuos de plaguicidas en las colmenas dice que los neonicotinoides sean los más prevalentes. Realmente todas ellas apuntan a los acaricidas y a los insecticidas organofosforados, entre otros problemas, pero se decidió prohibir algo que, aunque quizá en determinadas zonas está causando el descenso de las poblaciones de abejorros y contaminando el agua de consumo humano, no es el mayor de los problemas en lo que respecta a las abejas. Como investigador me produce una gran desmoralización que se esté gastando tanto dinero en generar mucho conocimiento al respecto y que a nivel político solo se haya tomado una decisión sesgada, cuando en Europa que requieren medidas políticas igual de firmes para luchar contra Varroa, Nosema y muchos otros insecticidas. Y el conflicto que veo a medio plazo es que, si sigue esta tendencia, se van a ir prohibiendo en cadena más sustancias y sería importante saber en qué va a consistir la búsqueda de alternativas.

Si esto es así, ¿cuál cree que será la alternativa cuando ya se hayan prohibido todos los plaguicidas?

Aunque sé que no es un asunto fácil, mi visión es que en Europa, como en el resto del mundo, vamos a tener que seguir produciendo alimento para mucha gente y con la agricultura actual y el escenario que plantea el cambio climático, con plagas cada vez más difíciles de combatir, se va a tener que seguir utilizando algún producto. Si no hay plaguicidas, porque se hayan ido prohibiendo poco a poco, la alternativa que encuentro es el uso de plantas modificadas genéticamente. Hasta ahora, en Europa están teniendo muchas restricciones, pero si van prohibiendo todos los insecticidas, no va a quedar otra que emplearlas, ¿Y si se abre la mano en el uso de los transgénicos, va a ser más o menos perjudicial para los polinizadores? Hay datos que indican que no, otros que sí. Acabando con una parte del problema, quizá estamos generando otros.

«La apicultura profesional está en el sur, con mayor número de colmenas y con unas condiciones climáticas y una práctica apícola distintas a las del norte, más tradicional, pero contaminado por otras sustancias»

Pero, entonces, ¿cuál sería un buen enfoque para estudiar y abordar el conflicto entre prácticas agrícolas,apicultura y patógenos?

Actualmente ya se están intentando estandarizar protocolos de trabajo a nivel europeo y se están haciendo modelos matemáticos para predecir el comportamiento de los patógenos y de las colonias según las condiciones ambientales. Todos estamos buscando un modelo en el que, introduciendo la cantidad de patógenos que haya en una población, obtengamos el valor de un índice de salud de la colmena. El principal problema es que no se está llevando a cabo una investigación regionalizada, que encuentro necesaria por las diferencias climáticas y agrícolas que existen entre el norte y el sur de Europa. En el sur encontramos una apicultura profesional, con colmenares más grandes, mucha cría, mucha Varroa y un solo pico de crecimiento anual ligado al clima, que favorece la prevalencia de N. ceranae. Además, la agricultura de secano se ha tratado con gran cantidad de herbicidas. Por su parte, en el norte de Europa la práctica apícola es más tradicional y menos intensiva. Aquí Nosema es menos virulenta que en el sur y todavía está bastante presente N. apis, pero tienen muchos problemas con sustancias que han contaminado el suelo y las aguas por su abundante uso en los cultivos intensivos de colza. Sin embargo, ahora ha salido Horizonte2020, el Programa Marco de la Unión Europea que va a destinar siete u ocho millones de euros a estos proyectos, y creo que los gestores no tienen intención de que se aplique este enfoque regional.

Mariano Higes tomando muestras en un campo de girasoles. Imagen cedida

Si usted pudiera hacer una propuesta, ¿cómo salvaría a las abejas?

Yo propondría que no desaparecieran las ovejas del campo, que se mantuviera el sistema agrario que ha habido aquí siempre, porque tendría un impacto mucho más positivo para el medio ambiente que echar herbicidas. Con la presencia de ganado se controla la aparición de las hierbas no deseadas, así como la aparición de muchas plagas, que ahora mismo proliferan, entre otros motivos, por la madera que queda putrefacta en el campo. En mi pueblo, cuando estaban las ovejas, los romeros florecían, el espliego también… Y ahora hay flora invasiva y el agricultor, como ya no pasan los rebaños después de cosechar, tiene que echar más herbicidas. Estos cambios en el uso tradicional del campo nos llevan hacia unas técnicas agrícolas diferentes que tienen impacto sobre los polinizadores. Por otro lado, las abejas son unos animales muy resilientes y probablemente puedan amortiguar los efectos de la contaminación ambiental mucho más fácilmente que otros polinizadores. Creo que son mucho más sensibles los saltamontes, las mariposas, los abejorros. Si quedaran solo las abejas, podrían seguir cumpliendo una parte de su trabajo, pero hay gran cantidad de insectos en peligro de extinción que cumplen muchas otras funciones aparte de la de polinización y ahí habría que poner también el foco.

¿Cómo se imagina el mundo si no logran frenar la desaparición de las abejas?

No me suelo poner catastrofista. Están más afectados otros polinizadores que las abejas. Las de las abejas son colonias muy resilientes y que están manejadas por un apicultor, que si se muere una compra otra. En un caso extremo lo que en España podría pasar es que en lugar de haber tres millones de colmenas hubiera uno, porque ni el medio ambiente soporte una carga mayor y desaparezcan flores. Se están perdiendo muchos ecosistemas, por la sequía pero también por muchas prácticas agrarias. Hemos cambiado las mulas por tractores de 500 caballos. Te dan dinero por cada hectárea en la que echas semillas de girasol aunque no lo recojas y le echan tratamientos. Y sí creo que puede influir el uso de los herbicidas totales que se están cargando muchos ecosistemas, por lo que el problema es global y va mucho más allá de las colonias de abejas, pero parece que no interesa todavía afrontar con decisión la situación que se nos viene encima.

Más de 2.000 incendios forestales en el primer trimestre convierten al 2019 en uno de los peores años de la última década

El aumento de este problema se debe a la aparición del cambio climático, así como al abandono de los campos y el crecimiento socio-económico

Los incendios forestales suponen un problema global y mundial. En lo que va de 2019, se han producido 2.064 incendios. Esta cifra sólo se superó en 2012, con 3.217 incendios, según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Sin embargo, 2018 se ha calificado como el mejor año de la última década, con un total de 7.143 incendios forestales, de los cuales tan sólo tres han sido de gran magnitud, es decir, han superado las 500 hectáreas quemadas.

Esta problemática se ha estudiado con anterioridad. En 2009 se publicó el informe: Incendios forestales en España. Ecosistemas terrestres y suelos, por Jorge Mataix Solera y Artemi Cerdá. Anualmente se producen una media de 19.000 incendios en España, aunque estos datos han ido variando en la última década. Hay tres años clave que han marcado las peores cifras de incendios: 2009, 2012 y 2017, en los cuales se han registrado alrededor de 44.000 incendios forestales .

Actualmente, los efectos que tiene el fuego en el ecosistema y medio ambiente tienen efectos mucho más devastadores que en épocas anteriores. La humanidad supo adaptarse al ecosistema terrestre y el fuego se convirtió en el mejor amigo del hombre, utilizado como una herramienta para aclarar campos de cultivo, abrir pastos, eliminar las plagas o cazar. El uso del fuego comenzó a descontrolarse entre los años 50 y 60, tras producirse el éxodo rural, lo que derivó al abandono de los campos, los cambios socio-económicos y sobre todo por la aparición del Cambio Climático.

La zona mediterránea es una de las más afectada por esta peligrosa herramienta, sobre todo Italia, Grecia, España y Portugal, aunque, como señala el informe A review of fire effects on vegetation and soil in the mediterranean basin, la vegetación de esta zona tiende a regenerarse con mucha facilidad tras un incendio. En el año 1997, del 90% de las hectáreas quemadas, el 50% pertenecían a la Península Ibérica. Los factores que afectan al territorio español son principalmente: el clima cálido y seco en verano; la marchitación de la vegetación; abundantes tormentas cargadas de aparato eléctrico; y la presencia de vegetación adaptada, y por lo tanto, preparada para los incendios. Pero actualmente, la principal causa de estas catástrofes es la acción humana.

Según los autores del informe, Jorge y Artemi, el índice de incendios varía en función de la zona dentro del territorio español. Por lo general, Castilla y León, Asturias y Galicia son las tres comunidades que reflejan los datos más elevados de incendios forestales, en contraste con la Comunidad Valenciana, Cataluña e Islas Baleares, que muestran los datos más bajos de todo el país.

En los últimos diez años, ha mejorado la investigación de las causas de los incendios, lo que a su vez, ha generado una mejora en la prevención de éstos, a través de la persuasión en la población, la conciliación de intereses y las sanciones. “El desafío actual es integrar el conocimiento científico sobre el papel del fuego en el ecosistema mediterráneo, permitiendo una gestión óptima del fuego y haciéndolo compatible con nuestras demandas sociales, necesidades de reducción de peligros y sostenibilidad del ecosistema”, tal y como afirma el  Boletín de la Asociación de Geógrafos Españoles, 2012.

Raquel Bernal Sánchez, Raúl Icardo Llorca y Belén Martínez Quereda.